Por iara Solano Arana
Toda relación tiene una dimensión ética, pero como artistas no tenemos a veces la experiencia o las herramientas necesarias para un mejor y más justo desarrollo de nuestras prácticas colaborativas con las comunidades, con nuestras cómplices, con los públicos, y con el entorno. Como creadora relacional, y especialmente como transmisora de mi práctica, he sentido la necesidad inaplazable de elaborar y compartir en Alumbra una especie de guía de principios y herramientas que nos permitan analizar, repensar y monitorizar nuestros proyectos dentro de un marco más reflexivo y sensible que nos ayude a alinear de forma más coherente nuestros medios con nuestros fines.

A medida que la ideología neoliberal ha ido transformando nuestros gobiernos y nuestras prácticas sociales, la presión ha ido aumentando por parte de los aparatos administrativos para imponer nuevas obligaciones sociales a los artistas. A lo largo de mi carrera he podido observar empíricamente esta instrumentalización, primero en Reino Unido, y arraigando después con fuerza en España hace poco más de una década. Como quien dice habiéndolo visto venir, en la actualidad los artistas están siendo seducidos y sometidos por el auge de políticas culturales que redefinen el valor del arte exclusivamente como herramienta para la transformación social. Estas fuerzas coercitivas afectan a las artes escénicas en particular por ser eminentemente relacionales ya que no solo requieren de equipos colaborativos de perfiles diversos para el desarrollo de su actividad, sino que el resultado es compartido con la sociedad en un vivo participado. El arte escénico siempre ha mirado otras realidades y ha escuchado otras voces para construir sus relatos, es un arte-en-relación que tiene al “otro” en cuenta, que no lo obvia (o no debería hacerlo) en ninguna de sus fases. Es por eso que es la forma artística en principio más lógica para posibilitar una transformación social orgánica, a través de la colaboración y del diálogo implícito en su naturaleza, o explícito en algunos de sus formatos expandidos. El engagement (compromiso, relación) ha superado el mero “encuentro con el público” tras la función, para ir complejizándose y ampliándose hasta ser superado por el outreach (trabajo con la comunidad), que es lo que se exige de manera habitual hoy en día al artista que aspira a captar recursos, no solo de las administraciones públicas, sino también de las fundaciones y entidades privadas. Los gobiernos y administraciones se siguen librando progresivamente de parte de sus obligaciones sociales, y este traspaso de responsabilidades a los creadores supone un sobreesfuerzo y un riesgo ya que no se acompaña ni con una ampliación de fondos ni con una formación o guía específica, con las consecuencias negativas, conscientes o inconscientes, que esto puede y suele tener: apropiación cultural, instrumentalización de la colaboración, abusos
de poder, capitalización de experiencias y realidades ajenas de colectivos y personas vulnerables que nunca llegan a beneficiarse de los recursos captados en primera instancia.
Por otro lado, también es cierto que actualmente hay una toma de conciencia real más o menos generalizada entre la comunidad de creadoras, de que debemos asumir cierto compromiso para contribuir al cuidado de nuestro entorno ecosocial, en vistas a imaginar y crear un futuro más deseable. Más allá de las imposiciones hay un deseo auténtico de contribuir al bien común, pero hemos de encontrar maneras reflexivas y coherentes de canalizarlo. El derecho a la cultura es un derecho de participación y agencia activa, y es de celebrar que cada vez más artistas sientan el empeño de promover la participación activa de otras voces y realidades a la hora de elaborar sus relatos, pero igual de importante o más es cómo lo hacemos. Es por esto que decido activar el debate ético con los jóvenes artistas de Alumbra Rural 2024, compartiendo y considerando el manual que he ido elaborando a lo largo de los últimos años. El arte relacional es un lugar prolífico para abrir y transitar nuevos marcos éticos y sensitivos, un medio necesario pero delicado, y por ello debemos ser honestas a la hora de analizar si estamos responsabilizándonos y cuidando de los espacios que abrimos al acercarnos a ciertas realidades y temáticas. Hemos de ser conscientes de los sesgos, privilegios y relaciones de poder que se dan de partida en nuestras prácticas y proyectos, que nunca deben convertirse en espacios extractivistas sino en espacios seguros generadores de experiencias recíprocas, desde la ética de la atención y el cuidado.
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