La casa, la liebre y la niña
por Nené Rodríguez

- Oye, abuelo, si pudieses ser un animal, el que tú quieras, ahora mismo, ¿qué animal serías? - Pensé que me diría que un pez, para poder así calmar su sed. Pero no, su respuesta a día de hoy me sigue sorprendiendo.
- ¡Una liebre! - No dudo.
- ¿Una liebre? ¿enserio abuelo? ¿de cualquier animal de todos elegirías una liebre? ¿por qué? - Intervino mi hermana mayor.
- Porque la vida pasa muy rápido y yo, no me quiero quedar atrás. - Sentenció.
Mia abuelo murió a los días de mantener esta conversación, rodeado de sus seres queridos y en los brazos de sus dos hijas, de mi madre y de mi tía. Yo, mientras tanto, sigo pensando en su respuesta, en esa contestación tan humilde y honesta.
El presente proyecto se ramifica en diversas manifestaciones artísticas, como si de estancias de una misma casa se tratase. Por un lado, el motor de mi investigación artística está protagonizada por la figura de la casa. La casa es el eje sobre el que gira todo, no obstante, esta reflexión en torno al espacio y simbolismo de la casa adquiere matices que nos incitan a reflexionar sobre el arraigo a nuestros orígenes, las arquitecturas de nuestra memoria o mejor dicho, las arquitecturas del olvido. La dualidad que se establece entre cuestiones como cobijar o enjaular, inducida por la ‘‘casa-jaula’’ de la liebre de la Atalaya, en la sierra de Alcaraz.
He de señalar, que este proyecto presenta un nuevo huésped anteriormente desconocido en mi trayectoria artística, la liebre, a modo de representación simbólica de la figura de mi abuelo, el cuál falleció el pasado noviembre.
La trama de este proyecto se teje mediante referentes como Jimmy Liao, quien, en dos de sus obras incorporaba dichos personajes, niña y liebre. De igual importancia, mencionar la clara referencia a la artista Louise Bourgeois, concretamente con su serie Femme Maison (1946-1947) y, no olvidar a la artista contemporánea Rachel Whiteread, clave en la propuesta de Libro Arte sobre la el olvido y los espacios de la infancia.
En cuanto a nivel matérico, se emplea una amplia variedad de materiales desde la tinta china en barra, el grabado, el barro e incluso la ceniza.
Por último, la figura de la niña representa al espectador, al lector de la obra, de este introspectivo proyecto, incitando a este a adentrarse y recorrer sus propias estancias, a perseguir esa liebre que corretea por las esquinas de su propia casa, de su propio yo. Por ende, la niña soy yo, la niña somos todas.
Texto curatorial de Rafael Jiménez Reyes
Una de las citas que recuerdo más a menudo relacionadas con el mundo del arte es la respuesta de la artista Esther Ferrer a la pregunta ¿qué es el tiempo? Con la tranquilidad y rapidez de quien habla con propiedad, Ferrer contestaba casi al segundo, no sé qué es el tiempo, pero sé que deja huellas. El paso del tiempo es una medida de las cosas inexactamente precisa. Es el tiempo quién nos modela y quién nos hace preguntarnos, sea cual sea nuestra etapa vital, dónde empezamos y dónde terminamos. Dónde empezamos y dónde terminamos como relato, como retrato, como ser que en su recorrido entre principio y final configura toda una serie de vivencias, acciones y concatenaciones que se relacionan con una historia mayor, la del mundo y a la vez de nuestro mundo, esto es, la de nuestra propia memoria y contexto. Somos huellas de otros y dejamos huellas en los demás. Una manera de comprender estas huellas y ese contexto es interrogarnos por nuestras raíces, la huella heredada, una preocupación nada extraña en la juventud porque en momentos de pérdida nos permite al menos imaginar un origen y un sentimiento de pertenencia, de propiedad y a la vez adherencia a algo mayor que nosotros mismos y a lo que podemos honrar o confrontar según el caso. Y en esta pregunta por el arraigo, lo más inmediato, lo que nos rodea, son la familia en el sentido más amplio de la unión, y el hogar, en el sentido más amplio del término.
El hogar, ese lugar o espacio cohabitado o no en el que uno puede sentirse seguro y protegido, en su sitio, a salvo del mundo, del depredador, del peligro que aceche sea cual sea aparece como refugio para el individuo y la familia, explicando en buena medida como somos o en qué nos convertimos durante el paso del tiempo. Sin embargo el hogar y su estructura física, su arquitectura, la casa, en ocasiones no es ese lugar de salva como en los juegos infantiles. Llegar a casa en el escondite es estar a salvo, pero a veces lo que aguarda en el interior de la casa no es aquello que inspira tranquilidad, sino que exhala como pulmón enfermo un aire enrarecido que nos envuelve, marca y cohíbe. La casa puede ser una jaula, el hogar un sitio que nos coacciona y la familia un espacio de conflicto donde no fluye todo lo que debería. Somos tiempo, huellas, raíz y memoria, somos cobijo igualmente de vivencias y habitantes del espacio del hogar hasta tal punto que nosotros mismos somos estructura, arquitectura y casa de todo un universo único y a la vez común en nuestra relación con el mundo. Vivimos la casa, somos casas y en todas tiene cabida el conflicto. Heredamos vicios y virtudes, filias y fobias, queramos o no somos deudores de todos nuestros antecesores inmediatos desde la cercanía o el deseo de huida.
En la línea de autores como Louise Bourgeois, o Georges Perec, Nené Rodríguez aborda desde la práctica artística todos estos interrogantes y tensiones en una búsqueda constante no de una verdad absoluta o respuesta concreta, sino como una exploración del qué somos tan honesta como necesaria. Al fin y al cabo todas las familias se parecen, en todas las casas cuecen las ollas y una casa puede ser todas las casas cuando sintetizamos todos sus elementos. La niña, Nené, o todas las niñas que habitan el espacio doméstico como el laberinto que describía el Asterión de Borges, buscan salida en las grietas, rincones y fallas de la casa para no ser absorbidas por la inercia o el pago obligatorio de la pertenencia a un modo de vida en ocasiones estanco, que articula la existencia en el hogar como asunción del paso del tiempo y la raíz como origen definitorio. Como en sus mujeres-casa, a veces no podemos escapar del plano físico y sus límites pues nosotros mismos somos, queramos o no habitantes y reos del espacio doméstico, personas-casas a la vez que hogares en potencia.
Desde un dominio del dibujo y un afán experimental para con los medios artísticos a su alcance y una sensibilidad especial para ordenar de algún modo aquello que nos conmueve pese a no tener un orden establecido, Nené nos invita a ser liebres como contrapartida y símbolo de libertad, a escurrirnos entre la maleza y no ser presa de la casajaula, a deslizarnos con agilidad cual habitantes de un tiempo líquido, a escapar incluso de lo que creemos que somos; huella, memoria, herencia, deuda, tiempo, casa raíz y cuerpo. Como casas andantes somos nuestra historia y las venideras, somos lugar y construcción, somos principio y fin de nuestro propio relato. Como liebres que veloces se mueven por el terreno incierto porque la vida va muy rápido y no nos que queremos quedar atrás. La casa, la liebre y la niña conjuga todos estos elementos desde la plástica, desde la sinceridad del dibujo, la humildad del barro, la realidad de la fotografía, la huella del grabado, la marca de la intervención directa en sala o la delicadeza del libro de artista. Desde el tacto y sensibilidad del que aflora y nos expresamos sobre todo aquello que por pequeño que sea no es menor, nos preocupa y conmueve.
¿Cómo fue tu paso por la residencia en Alcaraz?
Las primeras tomas de contacto fueron precisamente eso: tacto. Tacto con mi compañeras, con mis tutoras, pero sobre todo tacto con el entorno que ahora pasaba a rodearme, y por ende, tacto conmigo misma. Aprendí a ver entre grises [...] recuerdo escuchar atentamente mi entorno, recuerdo escucharme más a mí, recuerdo todo lo que dije y, lo que hoy día, no dejo de repetir.
Nené Rodriguez
Soy Nerea Rodríguez Fernández, conocida artísticamente como Nené, nacida en Talavera de la Reina en el verano 97, en Toledo. Graduada en Bellas Artes por la Universidad Complutense de Madrid, resaltando en la especialidad de Dibujo y Grabado. Posteriormente, realicé el Máster Universitario Oficial de Dibujo – Cómic, Ilustración y Creación Audiovisual en la Universidad de Granada, el cual me permitió seguir desarrollándome en el ámbito de las gráficas contemporáneas, explorando otros formatos como supone el Libro de Artista.
A la par a mi trayectoria formativa, he podido disfrutar de numerosas becas como la otorgada por el Instituto de Estudios Bercianos (IEB), reconocimientos como la mención especial de pintura paisaje José Carralero, asistido a residencias artísticas como en Fabero y Ayllón, exhibiendo mi trabajo en distintas áreas, realizando diversas colaboraciones como con la Asociación Imágenes y Palabras en Burgos, acercando el arte al medio rural o junto al Museo Pedagógico de Arte Infantil (MuPAI) en Madrid, todas estas vivencias, entre otras, han fomentado a mi crecimiento tanto artístico como personal.
En cuanto a mi obra, Proyecto Casa, se basa en una investigación artística que se inicio en tiempos de pandemia, empleando una metodología experimental através del dibujo y del grabado, abordando de manera teórico procesual la figura de la casa y los arquetipos tanto externo e internos que rigen a esta misma y, por ende, al propio sujeto; al ‘’yo’’.
Actualmente, me encuentro exponiendo mi obra por el territorio manchego de la mano de X Mujeres en el Arte ‘’Amalia Ávia’’ a la par que, en Granada, Andalucía, gracias al Centro Municipal de Arte Joven ‘’Rey Chico’’. Mi prospectiva de futuro se basa en seguir creciendo artísticamente, como es gracias al programa Alumbra Rural y, el día de mañana poder emprender estudios de doctorado en el ámbito de las gráficas contemporáneas.


Rafael Jiménez
Rafael Jiménez
Rafael Jiménez Reyes (Córdoba, 1989) es licenciado en Bellas Artes con especialidad en grabado y diseño por la Universidad de Sevilla. Inició su carrera en 2004 con graffiti, lo que le llevó a Nueva York para conocer a pioneros del arte urbano y a participar en una residencia arqueológica en Nerja en 2009, experiencias que lo impulsaron a dedicarse plenamente a las artes plásticas, enfocándose en la deformación de la imagen del pasado y la identidad.
Ha realizado exposiciones individuales y colectivas en ciudades como Madrid, Barcelona, Lisboa, Moscú y Lima, y ha recibido becas y premios destacados, incluyendo reconocimientos en ferias internacionales como ARCO Madrid.











