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Las paredes cantan

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por Vera Garcés

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Las paredes cantan explora la tradición artesanal y la memoria de un oficio a través de la fábrica de ladrillos de Alcaraz, que desde hace varias décadas se encuentra en desuso. Los ladrillos toman el protagonismo para revelar un pedacito de historia y legado de un lugar y a su vez, amplificar sonidos de instrumentos, de viento y percusión, reutilizando el barro de los mismos ladrillos. Creando así un diálogo entre pasado y presente, el proyecto invita a los visitantes a participar, desde el tacto, la escucha y el juego, a reimaginar tradiciones y a crear un vínculo tangible con la memoria de la fábrica y el paisaje del entorno. 

Las paredes cantan habla de la tradición artesana, el hilo roto de una historia, del legado de unos ceramistas en un lugar concreto. Cómo un fraguado oficio se ve truncado por el paso del tiempo, el desarrollo industrial o la despoblación de las zonas rurales. Y se cuestiona formas para responder a eso, cómo volver a trazar el hilo, cómo encontrar vías creativas para reactivar lo abandonado. 

Tomar contacto con la fábrica fue un punto de inflexión en mi visión sobre la artesanía de Albacete. Por el contrario a lo que pensaba y había visto hasta el momento, la artesanía, así como el arte y la poesía alcanzan a todos los lugares. Chinchilla de Monte-Aragón, la antigua capital, albergó todo un gremio de ceramistas que se expandió a la zona de Pozuelo y Peñas de San Pedro cuando se masificó. En estas calles llegaron a convivir 36 alfareros, dice Antonio, el encargado del museo de cerámica de Chinchilla. Por toda la provincia se repartían artesanos e industrias cerámicas conocidas como la loza de Hellín o las tinajas de Villarrobledo. 

Cuando me apunté a la residencia, mi objetivo, a grandes rasgos, era el de investigar, recopilar y aprender las tradiciones cerámicas que existen por Castilla-La Mancha para poder reproducirlas e hibridarlas con las estéticas presentes y mis inquietudes. Las paredes cantan ha supuesto un acercamiento con esos saberes, con el lenguaje del barro; ha sido un puente para conocer la historia de la cerámica popular de mi entorno. Aunque también me ha llevado a mirar a otros lugares y épocas que han sido –determinantes en el desarrollo de la cultura del barro y la música, al-Ándalus, los pueblos originarios de América del Sur y Mesoamérica, África del norte, la zona Magrebí…Comprender la historia es entender que la cultura es el resultado de una gran convivencia y mezcolanza de civilizaciones y creencias. Y que los mismos procesos, las mismas pretensiones han podido suceder en el mundo de diferentes maneras y en diferentes tiempos. 

El objetivo con la fábrica era el de intervenir el lugar, hacer archivo de lo que se conservaba y hacer algo con los restos, conversar con ellos; establecer un lenguaje en común con los ladrillos. Dar agencia a la fábrica para sentarse a escuchar lo que tenía que decir. Buscar la horizontalidad en la conversación con el espacio, con la meta de establecer una relación de intercambio y así, evitar actuar desde el extractivismo. 

A raíz del dicho “las paredes hablan” que alude a lo que ocurre dentro de las casas, a aquellos escenarios que quedan cubiertos por los muros en el ámbito privado, reflexiono sobre el ladrillo como un objeto que contiene el sonido, capaz de retener en su interior los ecosistemas sonoros que le rodean. En términos enteológicos, la memoria de la fábrica quedaría contenida en el barro. En las paredes queda escrita la evocación de la fábrica, el entorno rojizo, el trino del lúgano, el viento serrano, las gotas de rocío, la vibración de una liebre corriendo. Por ello. con el mismo barro de los ladrillos comienzo a fabricar piezas sonoras de viento, esperando que me den una respuesta, confiando en poder escuchar sonido del ecosistema, de la tejera. 

Los objetos silbantes toman en referencia el paisaje, el clima y la alfarería tradicional del entorno, una de las piezas que desarrollo torna en una especie de flauta circular no armónica basada en el botijo de carretera o cantimplora de barro. La elección de esta forma es simbólica y refiere inicialmente a la forma de los agujeros de uno de los ladrillos que se fabricaban, el bilbaíno, y adicionalmente hace alusión a uno de los posibles orígenes etimológicos del nombre Alcaraz; alcarraza, que viene a significar alfarería de agua. El elemento agua es imprescindible a la hora de trabajar con el barro, en el decantado, para lubricar, ablandar y modelar y es un componente esencial a la hora de comprender la imagen de la fábrica en la actualidad. Como el agua sirvió para elaborar los ladrillos, las lluvias, el exceso de agua ha servido para que las pilas de ladrillos se vayan deshaciendo con el paso del tiempo. 

Texto curatorial de Teresa Ases y Carlos I. Faura

En Alcaraz, entre los restos de una antigua fábrica de ladrillos, Vera Garcés encuentra restos del paso del tiempo: las del barro recogido a mano, las de los hornos que moldeaban tejas y ladrillos, las de un oficio transmitido de cuerpo a cuerpo. Pero también se siente el silencio, ese que deja la despoblación y el abandono.

 

La historia de este lugar está marcada por la figura de Félix “El Tejero”. Molinero en Yeste, se trasladó a Alcaraz para iniciar un negocio en la fábrica de su tío. Junto a un tejero, fabricaban tejas y ladrillos de forma artesanal: el barro se recogía de canteras cercanas, se transportaba en carretillas, se amasaba con los pies y se moldeaba en piezas de madera. Con esta producción se levantaron muchas casas de Alcaraz y se exportaron materiales a pueblos próximos. Más tarde, la fábrica incorporó maquinaria amasadora traída de Murcia, pero mantuvo su carácter ligado al trabajo manual. En sus hornos, primero árabes y después de leña, se cocían piezas diversas, desde ladrillos refractarios y bilbaínos hasta pequeñas cerámicas. En el patio, un huerto y un cerezo completaban la vida cotidiana de este lugar.

En el intento inicial de jugar a convertir el ladrillo en un instrumento, Garcés descubrió que, si bien el ladrillo no podía generar sonidos por sí mismo, sí podía transportarlos y amplificarlos. Al unir varios, el sonido se extendía a través de todos ellos, como un refrán que pasa de boca a boca, de generación en generación. La artista comprende que no era necesario imponer un lenguaje externo ni modificar el material con prótesis para forzar un silbido. Lo esencial era escuchar hasta entender su propio lenguaje. Así, el proyecto pasó a ser una conversación con la materia, un diálogo con la tradición oral y artesana, el desarrollo industrial y la despoblación rural.

El trabajo de Vera se inscribe en un linaje de artistas que han abordado la cerámica como memoria comprimida, como vehículo de transformación, como archivo. Desde la monumentalidad silenciosa de Claudi Casanovas —que entiende el barro como tiempo mineral y político— hasta las prácticas textiles y objetuales de Elena del Rivero, que abordan lo doméstico como espacio de resistencia y memoria, o los trabajos de Pedro G. Romero, que recuperan y desplazan los saberes populares, Las paredes cantan conecta arte contemporáneo, patrimonio inmaterial y activación comunitaria.

El montaje se presenta en el patio de la Casa de la Vicaría, un edificio emblemático del patrimonio histórico de Alcaraz. Allí, donde los propios muros y suelos de ladrillo dialogan con la memoria material del pueblo, encontramos ladrillos recuperados de la fábrica, convertidos en altavoces pasivos que amplifican los sonidos producidos por instrumentos de viento y percusión elaborados con la misma arcilla local que pueden manipularse. El público no es mero espectador, sino participante: invitado a interactuar, a producir sonidos, a afinar su escucha, pero también su mirada y su tacto. Como afinadores invisibles , como esos antiguos lumière que calibraban la luz y el sonido antes de una proyección o un concierto , los visitantes ajustan, prueban, modulan el espacio sonoro con su presencia, haciendo del patio no solo un lugar de contemplación, sino también un campo de juego colectivo.

Las paredes cantan es un ejercicio de mediación cultural que conecta historia oral, patrimonio material y participación ciudadana. Un recordatorio de que la memoria no es un relato fijo, sino una materia porosa que se reactiva en cada encuentro. Como las ocarinas, silbatos y goteros de barro, o como los pájaros que sobrevuelan el pueblo, estas voces mínimas, cuando se escuchan juntas, transforman el paisaje. Y por un momento, entre lo que fue y lo que será, el lugar canta.

¿Cómo fue tu paso por la residencia en Alcaraz?

Un remolino de emociones y sensaciones. Si me pongo a recordar entiendo bien que fue una experiencia sentida a flor de piel, todavía por digerir. Lo vivido se me junta con lo imaginado en las actividades, en las conversaciones; el tacto del suelo, la aspereza del suelo seco, con el ladrillo que habla, con la música rebotando en las casas, con la panza llena de higos, con el agujero en la muralla donde seguro que se dejaban notas dos amantes-amigas en el siglo XIX.

Soy un rumiante provinciano, provinciano de albacete, aunque he pasado muchos veranos en el que fue mi pueblo; la solana. allí aprendí que no hay que tocar la lechetrezna, también aprendí a aburrirme mucho. el aburrimiento me llevó a lugares; a veces, a subir a la morera, a pintar piedras; otras, a jugar con la nintendo. mi recorrido es corto, tampoco tengo prisa. descubrí la cerámica en mi tercer año de carrera, en un pequeño taller del albaicín. ahora, acabo de terminar bellas artes en cuenca, con la ilusión de dedicarme a la artesanía y si es posible, hacerlo desde la lentitud, la hibridación de lenguajes pasados/presentes y por supuesto, desde el medio rural.

Vera Garcés

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